Dos artículos sobre el tema, por Susana Gisbert, Fiscal contra Violencia de Género, Valencia, a raíz de las recientes declaraciones de la presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género manifestando que el piropo debe erradicarse.
- La trampa es caer en el estereotipo de los roles. El piropo se dirige a una mujer, y por ello se refiere a su físico. Y eso no es otra cosa que partir de una base de desigualdad que es la que hay que erradicar, y no el piropo en sí.
- Pueden llamarme guapa. Sin miedo, si es que les place. No consideraré invadida mi intimidad ni me sentiré ofendida. Es más, me sentiré halagada, por mucho que pretendan decir lo contrario enarborlando la bandera de un supuesto feminismo que en realidad no lo es tanto.
El Derecho y el piropo: El machismo anida en otros lugares
Andaba yo, como todas las personas de bien, con el bolígrafo a media asta y el corazón encogido por la atrocidad ocurrida en Francia, cuando un titular distinto conseguía desviar mi atención del monotema en el que estábamos todos.
La cosa no era para menos. Unas declaraciones de la Presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género que abogaban por la erradicación del piropo porque constituye una invasión de la intimidad de la mujer. Semejante afirmación me tuvo hablando sola un buen rato y, con total respeto, hoy más que nunca, a la libertad de expresión y de opinión de cualquiera, no he podido hacer otra cosa que ponerme manos a la obra y ejercitar la mía.
En cuanto leí el titular, acudieron a mi cabeza dos situaciones reales, vividas por mí misma. La primera de ella fue en un taxi, camino de la estación del AVE, junto a tres compañeras de regreso de un curso al que asistimos. Íbamos las tres muy animadas comentado los avatares del curso en cuestión y mil cosas más, ante la sonrisa disimulada del taxista. Cuando llegamos a nuestro destino y me dispuse a pagar la carrera, me dijo con amabilidad “un placer, jamás había tenido un cociente intelectual tan alto a bordo de mi taxi”. Y yo, igual de amablemente, le di las gracias y le dije que jamás había recibido mejor piropo.
La segunda de las situaciones a que me refiero fue a través de las redes sociales. Alguien, a quien no conozco personalmente, me envió un mensaje diciéndome: “Gracias por hacer humano el Derecho”. Y yo respondí, francamente emocionada “muchas gracias a ti por tan halagador piropo”. La verdad es que en ambas ocasiones me sentí muy honrada y, si he de ser franca, no sentí que nadie se estuviera entrometiendo en mi intimidad. Pero tal vez me lo tenga que hacer mirar, nunca se sabe.
“Piropo” es un término que etimológicamente proviene del nombre de una piedra preciosa y muy valorada, y se entiende como un halago de una persona a otra. En algunas de las definiciones que he encontrado, se añade que esa persona halagada es generalmente una mujer, pero no es necesario que lo sea para que el piropo como tal exista. Entonces ¿por qué esta condena a algo que en principio está destinado a halagar?
Y es que el problema no es el piropo en sí, sino cómo han hecho uso de él algunos y cuál es el concepto del mismo que subyace en quien habla de él. Evidentemente, si el piropo es zafio o grosero, habrá que erradicarlo, pero no tiene por qué serlo. Pero aún hay más: parece presuponerse que el piropo se refiere siempre a las características físicas de una mujer. Y eso no tiene por qué ser así. Ya he puesto dos ejemplos de los mejores piropos que me han dirigido, y ninguna referencia hacían a mi aspecto ni al de mis compañeras. E igual se podrían haber dirigido a un hombre. Y tampoco creo que hubiera visto su intimidad en peligro.
La trampa es caer en el estereotipo de los roles. El piropo se dirige a una mujer, y por ello se refiere a su físico. Y eso no es otra cosa que partir de una base de desigualdad que es la que hay que erradicar, y no el piropo en sí. Ya nadie –o casi nadie- grita groserías desde lo alto de un andamio, como ya nadie –o casi nadie- dice eso de “mujer y sartén en la cocina estén”, por más que forme parte del refranero popular. Porque la sociedad ha evolucionado, los roles han cambiado y todo se debe ver desde una perspectiva diferente. Y el piropo, como halago, no puede ser una excepción. Por poner otro ejemplo, muchos recordarán el anuncio de un refresco de cola en que eran ellas las que piropeaban a un hombre, y nadie se llevaba las manos a la cabeza, le gustara o no el anuncio en cuestión.
La verdad es que yo comprendo mejor que nadie que, acostumbrada a mirar todo con las lentes de género, una se olvide de que las gafas ayudan a los ojos a ver mejor, pero nunca pueden sustituirlos. Y hacer cosa distinta nos puede llevar a perder la perspectiva y llegar a pretender matar moscas a cañonazos. Ni más ni menos.
Porque, como digo, las zafiedades o las groserías deben ser proscritas, y sancionadas si llegan al punto de constituir un ilícito penal. Pero no se puede pretender que en un piropo radique una de las claves para eliminar la violencia de género ni las situaciones de desigualdad porque no es así. Todo depende, como casi siempre, del uso que se haga de esa frase lisonjera.
El machismo es otra cosa y anida en otros lugares. En chistes que circulan por las redes sociales, en programas de televisión que nadie condena, en publicidad sexista que sigue emitiéndose sin que nadie haga nada, en colegios que segregan por sexos, en la falta de planes de educación para la igualdad o en empresarios que no contratan a mujeres por el riesgo potencial que un eventual embarazo suponga para su negocio. Y en muchos ejemplos más. Pero no en una frase halagadora.
A todas y a todos nos agrada que nos elogien. Y eso nada tiene de malo mientras se parta de la base de que todos somos iguales. Ni siquiera si el halago se refiere a nuestro aspecto. Porque no se puede ser más papista que el Papa.
Así que, si lo que de verdad se quiere es erradicar la desigualdad, eduquemos para que los hombres y mujeres del mañana así lo vean. Y seguro que sus piropos ni ofenden ni se entrometen en la intimidad de nadie. Y, mientras tanto, solucionemos los verdaderos problemas de la violencia de género, que son otros y más graves que un piropo. Y, de paso, hagamos uso del principio de intervención mínima del Derecho Penal, que nunca está de más recordarlo.
Artículo publicado en Lawyer Press, 12 de enero de 2015.
Pueden llamarme guapa
Pueden llamarme guapa. Sin miedo, si es que les place. No consideraré invadida mi intimidad ni me sentiré ofendida. Es más, me sentiré halagada, por mucho que pretendan decir lo contrario enarborlando la bandera de un supuesto feminismo que en realidad no lo es tanto.
Aunque conozcan las declaraciones de la presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género manifestando que el piropo debe erradicarse, insisto en que pueden llamarme guapa sin problemas.
Pueden llamarme guapa, y lista, y trabajadora, si así les parece. Exactamente igual que yo puedo llamar guapo, listo o trabajador a quien crea oportuno, con la certeza de que no verá en peligro su intimidad ni se sentirá ofendido.
Porque, precisamente, en eso consiste un piropo. En dedicar a alguien palabras lisonjeras o halagos. A alguien, no necesariamente a una mujer ni necesariamente en relación con su apariencia física. Suponer otra cosa es partir de una realidad que debería estar superada. La del hombre como sujeto activo y la de la mujer como sujeto pasivo, con el añadido de considerar que la mujer sólo puede recibir elogios acerca de su apariencia.
Es difícil seguir sosteniendo el estereotipo de escuchar groserías espetadas desde lo alto de un andamio. En primer lugar, porque cada vez hay menos andamios y todavía menos trabajo para los albañiles. Y en segundo lugar, porque no hay por qué suponer que éstos sean zafios, groseros o maleducados. Ni que éstos no puedan ser éstas.
Pueden lisonjearme siempre que lo hagan con respeto y educación. Y se pueden referir a mi aspecto físico, que no en balde me esmero en tenerlo lo mejor posible. Y también a cualquier otra característica que les parezca reseñable. Y pueden estar seguros de que ni yo les denunciaría ni, si cometiera la estupidez de hacerlo, habría juez que les impusiera castigo alguno.
Y si, además, quieren hacerme feliz, aporten algo diferente para combatir la desigualdad, madre de la violencia de género. Permanezcan con los ojos abiertos ante las señales de maltrato, protesten por los recortes en servicios y sobre todo, eduquen a sus hijos en igualdad. Apoyen a las mujeres que se encuentran en esta situación y nunca, nunca las olviden. En ese caso serán los destinatarios del mejor de los piropos, no lo duden. Y a buen seguro que no ven invadida su intimidad ni la de nadie.
Les aseguro que ninguna persona entra en prisión por emitir lisonjas ni halagos a su pareja o a quien fue su pareja. Más bien por lo contrario, como es lógico. Y, como es lógico también, por cosas mucho peores. Cosas que suceden todos los días y que merecen mucha más dedicación y esfuerzo que un simple piropo.
Así que no perdamos el norte. Pueden llamarme guapa, si gustan. Y lista, si les parece. Pueden decirme que les gusta este artículo, y también que no les gusta, que también hay que reinvindicar la libertad de expresión, hoy más que nunca.
Y pueden, desde luego, dedicarme el piropo que a menudo –más de lo que me merezco- me dedica José Segura, mi vecino de columna. Pueden llamarme brava. Les aseguro que recibiré este piropo encantada.
twitter @gisb_sus
Artículo publicado en Informa Valencia el Jueves 15 de enero.