Un cura de la provincia de Jaén –no digo más, porque no estoy dispuesto a hacerle publicidad- en su homilía de este domingo –se celebraban las primeras comuniones- sorprendió a todos diciendo, entre otras cosas: “Antes, hace tres décadas, a lo mejor un hombre se emborrachaba y llegaba a su casa y le pegaba a la mujer, pero no la mataba como hoy ¿Por qué? Porque antes había un sentido moral, unos principios cristianos y unos valores que hoy no lo hay. Antes, un hombre, aunque se emborrachara, sabía que había un quinto mandamiento que decía no matarás”.
Vamos a ver. Que se han perdido valores, es algo cierto. Y que esa pérdida de valores conduce a conductas contrarias a la ética y a la moral, evidente. Pero se emborracha, pega a su mujer… ¡también es pérdida de valores! ¿Acaso solamente el asesinato de la mujer es una pérdida de valores? ¡Ese puede ser el error, mayúsculo, de ese cura y de tantos otros hombres, curas o no: la violencia de género es ejercicio de sumisión de la mujer y de poder del hombre, poder que se ejercita con cualquier acto de dominio y desigualdad!
Pero por volver a la homilía como acto religioso añadiré algunas cosas más. ¿Por qué la Iglesia Católica no habla más de la violencia de género y exterioriza con más periodicidad su condena? Todos condenamos de modo absoluto la violencia de género, y no nos conformamos con recordarlo solamente en determinados días especialmente solemnes: lo hacemos cuando contemplamos asesinatos y conductas aberrantes de malos tratos. Que se pida perdón por los abusos a menores, está bien; pero tal perdón no excluye, todo lo contrario, que se castigue en justicia a los agresores. Lo mismo digo de los maltratadores, de los responsables de la violencia de género.
¿En cuántas homilías o sermones se habla de la violencia de género como un delito y un pecado? ¿Acaso se sigue pensando –error de pensamiento evidente- que la sumisión de la mujer al varón conforma una característica del matrimonio? Aunque añadiría: de cualquier relación de pareja. Y siendo atrevido diría: ¿no es consciente la Iglesia Católica de que se “contempla” en sus estructuras a la mujer en un segundo escalón?
Estamos en lo de siempre: pegar –o insultar o humillar o…- es casi justificable; ¿asesinar? Tampoco debemos extrañarnos tanto. Bastantes órganos judiciales –no escribo muchos para no pasarme cinco pueblos- pasan por alto la violencia psicológica como violencia de genero. Y vendrán “los puristas” a decir: es difícil de probar la violencia de género para una condena. Y les diré: ¿en su interior no admiten esa violencia como algo presente en el matrimonio o relación de pareja? Que no se extrañe nadie: son muchos siglos de pensamiento patriarcal-machista como para desterrarlo de nuestras conductas en unos pocos años.
Señor párroco, clame por la recuperación de los valores perennes, pero incluya entre estos la igualdad y dignidad de la mujer. Señor párroco, sea consciente de que la corrupción, el fraude, la injusticia, etc…son delitos y para el catolicismo también pecados. ¡Plante cara a la violencia de género que es un delito flagrante, lacra de nuestra sociedad…y también pecado para Dios!